Tropiezas con la realidad, corres a por tu sueños.

jueves, 27 de enero de 2011

Por mucho tiempo que pase, tú lo sabes, siempre estás aquí.

En un momento puedo recordar miles de historias a tu lado. El primer tú, la primera sonrisa, el primer abrazo, el primer beso. El primer te quiero, el primer mensaje. Como si fuese ayer. Ojalá... Era feliz. Feliz por sentirme amada, por sentirme protegida, por tenerte. No entiendo cómo algo tan subjetivo puede hacernos sentir hasta el final. Sentir con pasión. Quizá fueron las circunstancias, o nuestro estado. Quizá los dos buscábamos lo mismo en ese momento. Un poco de comprensión, un poco de amor.
Sí, sé que tan solo éramos dos críos, no se podia hablar de amor. Pero tú y yo lo hacíamos. Tú y yo estábamos juntos hasta el final. Te veía cada mañana, esperándome, yo ansiosa por rozar tus labios antes de entrar. Aunque solo fuese una milésima de segundo. Eso me bastaba, porque al fin y al cabo sabía que o tú o yo nos sorprenderíamos con ese beso clandestino en cualquier rincón.
Recuerdo también que nos culpaban por exhibirnos delante de los inocentes niños de primaria. Y nos reíamos, nos reíamos al ir a esa zona aposta para ver a cualquier profesor corriendo detrás nuestra. O también para hablar de asuntos que solo nos concernían a los dos. En ese lugar también secaste mis lágrimas, y yo hice lo propio con las tuyas. Después salíamos con los ojos radiantes por las lágrimas y la recién aparecida de nuevo felicidad, con coloretes y de la mano.
Tú eras el que yo creía el mejor. Te tenía admiración, por saber ser tan dulce conmigo, por saber amarme, por saber sorprenderme, por saber cuidarme, por saber protegerme.
Pero me di cuenta tarde. Me di cuenta de que esas cosas no hay que saber hacerlas, te salen solas. Lo tenías todo organizado. Sí, se que me has querido, se que me has amado. Pero se que no me has respetado. Todo lo demás fue pura fachada. Compartí absolutamente toda mi vida contigo, todo mi entorno, toda mi persona, todos mis pensamientos. Y ahora no hago más que verte por cualquier sitio que paso. Por mi casa, sin ir más lejos. Mi cama, mi silla, mi escritorio. Mi salón, mi cocina. La puerta de mi casa, cuando me esperabas con la moto. Mi garaje, la parada del autobús. El bar donde íbamos a tomar unas cañas, o a cenar, o a come, o simplemente a pasar el tiempo compartiendo.
Sigues intentándolo, y yo ya estoy desbordada. No puedo más. De momento soy capaz de decirte no, un no rotundo, sin contemplaciones. Porque se que cada vez que apareces me haces daño. Pero si sigues insistiendo no sé cuánto tiempo más seré capaz de aguantar. De aguantar el sufrimiento que me produce oír tu voz por teléfono, oler tu fragancia por la calle, recordar momentos, echar de menos tus labios, verte.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario