Tropiezas con la realidad, corres a por tu sueños.

sábado, 30 de junio de 2012

FISH

Ciudad fantasma ahogada por agua salada
Los rayos de sol ya no penetran aquí
No hace calor cuando el mundo convulsiona
Los peces recorren las avenidas
Los tiburones se pasean por los columpios
Temblores que ya ni se sienten
Personas que ya no se divierten
Todos parecen muertos en este mar,
Miradas perdidas, pupilas acuosas.
Dame una flor 
Te regalo mi vida
Dame un abrazo
Me dejo morir en tus brazos
Al olor de tu cuello
Al sabor de tus besos
Que el cariño despierte
La alarma para todos aquellos dormidos
El tic-tac-tic-tac
Los gallos no cantan, pero tenemos voz
grita con fuerza, que revienten tus pulmones
Te doy un flor
Te doy calor
Te doy frío
Te doy abrigo
Deja que te cuido mundo pequeño,
deja que te mime
Solo quiero que ese día no acabe, que esas flores no marchiten.
Peces libres, peces solos
Peces que nadan y hablan
El idioma pez, desconocido para el resto.
¿Y si me comes poco a poco la razón?
Te cambio la cordura por un poco de locura


Mesa, venta, pistola y medianoche.

Allí estaba una vez más, allí sentado como siempre. Mi sofá marrón, la casa vacía. Una habitación pequeña compuesta por un sofá que miraba a una ventana, una ventana que miraba al mundo, e insignificante mundo observa a una mesa de pata coja  y esta a su vez tenía posada una pistola gris y fría que apuntaba a un vaso de ginebra que era aprisionado por mi mano, esta dudaba entre el vaso de ginebra o el gatillo de la pistola. 
No había nadie en aquel suicidio colectivo, el mundo demasiado lejos, la habitación muy vacía para una persona con mirada cansada. La ginebra se había acabado y sin embargo, el mundo seguía allí observado por una ventana abierta. Las voces difuminadas, los deseos estancados, la virtud desfigurada. la contaminación de la envidia. El olor a sexo, el sabor a drogas y asfixia en el pecho.
Cada momento de mi vida pasaba ante mis ojos, cada segundo que no valía la pena, todos los errores, todas las penas, algunas alegrías, ella, y sus manos. Una extraña película de domingo tarde.
Con la mano en medio camino, situada en el hueco que había entre el vaso y el arma, con los dedos inquietos y el corazón palpitante mi vida proseguía su curso. Sentado en el sofá, esperando una señal.
La noche se hizo día cuando los hielos se derritieron, esa era la señal. La mano ya estaba en contacto con esa fría empuñadura de metal a punto de cometer el acto más cobarde para alcanzar la libertad máxima. Un último suspiro para contemplar aquello que llamaban vida, una última gota de sudor antes de que fuera demasiado tarde. 
La mano levanta la pistola de la mesa, la pistola se acerca, la boca se abre y la pistola se introduce. Ambas tiemblan de miedo, mano y pistola, dedo sobre gatillo, cabeza sobre el sofá y nadie en aquella desdeñosa habitación. 
Un risa, una lágrima y todo se acaba. Sin embargo, un miedo repentino a manchar aquello de mi sangre me para, eso no me pareció adecuado para los próximos huéspedes.

domingo, 10 de junio de 2012

Memento mori.

Se quedó mojándose bajo las nubes.
Noche oscura sin luna y gotas gordas chocándose con el suelo.
Calle desierta, vacía, cubierta por una cama de hojas.
Se quedó allí con los pies sucios y fríos.
Sujetaba las flores amarillas, amarillas y tristes.
El columpio chirriaba a lo lejos.
La música no sonaba ya más.
Su vestido se pegaba a su cuerpo
Sus cabellos eran casi agua.
Apareció esa figura que esperaba.
Su yo fuerte, ese que aún recuerda cómo moverse.
Ella, sin estar empapada.
Ella, con flores blancas y frescas.
La rescató del suicidio.
La salvó de la lluvia negra.
Se resguardaron ambas bajo el portal.
El impulso las unió.
Volvieron así a juntarse,
se unieron el cuerpo y el alma.
Continuaron viviendo su vida, esa vida en ruinas, en lucha continua.
Un momento de paz en el camino, un respiro.
Las risas fueron reales y ellas se volvieron arquitectas.
Recordando que solo ellas,
las dos sola podían reparar ese desorden.